martes, 5 de enero de 2010

Silencios rotos de dolor

Pobre, Mariola. La "loca del puerto" la llamaban.
Siempre estaba sola, la oscuridad de su casa gris la envolvía y en la noche se podía oír su sufrimiento en forma de gritos melodiosos y aterradores.
Vivía sola, pero esos señores de blanco se la llevaron.
Cuando llegué a planta ahí estaba, al final del pasillo, para recibirme. Vestía como una monja, Hermana María se hacía llamar.
Nunca me dedicaba palabras bonitas. El miedo se apoderaba de mí cada vez que se acercaba.
Ese olor a rancio, esos ojos que me atravesaban con sólo una mirada... flasheada, cada vez que la veía.
¡Puta! ¡Perra! me repetía una y otra vez... sólo intentaba ayudarla.
La compasión y la incertidumbre se mezclaban en una espesa pasta dentro de mí. Sin embargo, algo me removía. Sus ojos, cargados de odio, en el fondo eran tiernos, ese azul me recordaba algo...
¡SÍ! aquella tarde en la playa... El sol brillaba alto en el cielo, sus ojos, pero ese día anocheció antes de tiempo, las nubes taparon el sol, dejando todo bajo su manto negro.
La marea agitada le arrebataba cada una de sus pertencias, incluso a él...

Ella gritaba, sabía que esa melodía la había escuchado antes...

2 comentarios:

  1. Que texto más bonito!!! (Pobre Mariola)

    ResponderEliminar
  2. Joder!!!! Qué bueno, niña.

    No me pidas que comente más. Te vas superando, guapa.

    Un beso muy gordo. :*

    ResponderEliminar